Historia

En esta aventura, encarnaremos a Galileo. Quien despierta en un extraño lugar, sin tener la más mínima idea de cómo y por qué está allí. Lo primero que llama su atención es lo enorme que resulta ser este espacio; a simple vista, podría decirse que es similar a un bosque, pero tiene algunas características más propias de un jardín, y muy bien tenido, debe decirse, aunque sus decoraciones son algo, por decirlo de alguna manera… peculiares:


“Inexplicablemente veo a mi alrededor, unas cuantas figuras que, aunque conocidas, no son propias de este espacio. Veo maniquíes, un par de ellos, con unas decoraciones que podrían considerarse dantescas. Tienen rayones con palabras escritas que no alcanzo a leer desde aquí, porque además el tiempo las ha convertido en sus víctimas y ha borrado de los regazos de estos humanoides algo de la tinta con la que originalmente fueron escritas. Además de los maniquíes también hay, colgados en los árboles, lo que parecen ser objetos de todo tipo, tampoco responden a un patrón especifico. Hay desde juguetes, objetos de limpieza, hasta botellas. Lo que sí parece responder a un patrón es que estos extraños maniquíes se ven aferrados a alguno de estos objetos, como si le perteneciera, la manera en la que lo sujeta y se aferra al objeto es, inquietantemente, muy humana.”


Galileo, luego de impresionarse con esta antesala, se encuentra con un viejo cartel, que marca lo que parece ser el nombre de este extraño lugar. El cartel deletrea lo siguiente “El Jardín de Edgar”. Lo cual genera en él, una tranquilidad inexplicable saber que este sitio, que en principio me resultaba algo sobrenatural, tenía un dueño y seguramente era una persona.


Siguiendo el camino se percata de que éste se ha partido en dos, en direcciones al norte y sur, respectivamente. Toma el camino del norte (sin razón en especial) y se topa con lo que aparentaba ser un viejo campamento militar, y más importante aún, otro ser humano; un hombre que aparentaba unos 40 años, armado, falto de una de sus piernas y cuya vestimenta indicaba que era militar. Galileo intenta platicar con él, usando el nombre que se encontraba inscrito en su chaqueta, “Heat”, para tratar de hacer el dialogo más ameno. Esfuerzo inútil, ya que, inmediatamente, el hombre alza su arma y apunta directamente a Galileo, pidiéndole que se identifique. Sin previo aviso, el hombre empieza a dar disparos al aire y nuestro protagonista aprovecha para escapar.


Al verse superado por el miedo, Galileo vuelve al punto en que se dividió el camino y decide tomar la ruta que le faltaba por explorar. Para su sorpresa, en esta dirección encontró un espacio que emulaba una casa, pero, al igual que su anterior visita, el jardín hacía su presencia con maleza y plantas por todo el lugar. Nuevamente fue recibido por otro residente, estaba vez, una mujer, con la cual sí pudo entablar una conversación, Alessandra. Galileo la pone al tanto de su situación, que no sabe dónde está y que tiene gente que lo espera en casa, a lo que la mujer contesta que, tanto ella, como los demás residentes, consideran este Jardín como su casa, y que hace mucho nadie había demostrado interés en salir de allí, por lo que no sabría indicarle exactamente cómo salir. En respuesta a esto, Galileo procede a preguntar por Edgar, a lo que Alessandra responde que es su “salvador”, que es el propietario del lugar y con su gran devoción, les permitió quedarse ahí. La mujer le entrega a Galileo una pieza semi circular hecha de madera, que extrañamente se le hacía conocida, y le dice que podría relacionarse con su llegada al jardín y que podría serle de utilidad.


La pieza en cuestión corresponde a un antiguo rompecabezas, el cual le fue presentado por su hermano. Es especialmente llamativo para él, ya que, lleva su mismo nombre: “El globo de galileo”.


Luego de comentarle su anterior contacto con “Heat”, Alessandra le informa que su nombre es David, y que puede sobresaltarse un poco con los desconocidos. Parte a hablar con él para aclarar el malentendido e informarle con de su llegada, y en lo que regresa, le pide ir a conocer a Lily, una pequeña niña que seguramente se alegrará con una nueva adición a esta “familia”.


Galileo avanza hacia el Este, una salida alterna al espacio de Alessandra. Abriéndose camino, notó que nuevamente el entorno cambiaba, con la única constante de que el jardín trataba de invadir este nuevo lugar. Allí se encontró a la niña que mencionó la mujer. Nuevamente en su intento de obtener indicaciones para salir del jardín, nota que la niña no le responde a la primera, y al tratar de persuadirla, está le responde de forma impertinente, alegando que por qué quiere salir de este “paraíso”, que allí podría encontrar todo lo que necesitara. También le informa que hace poco una extraña pieza de madera apareció sobre su cama. Galileo la reconoce inmediatamente, es otra pieza del globo, y asocia que las repentinas apariciones de estas piezas se relacionan con su llegada.


“Si la quieres vas a tener que jugar conmigo. Si me encuentras un total de tres veces en este basto jardín te regalaré la pieza.”


Tras decir esto, Lily escapa sin dejar que Galileo diga una sola palabra. Éste, al ver que no tenía opción, continuó investigando el Jardín, ahora prestando atención sobre alguna pista que le ayudara a encontrar a la niña. En su camino, se encontró con otra mujer que, aunque pueda no ser importante, resaltaba su increíble atractivo. Galileo trató de obtener su nombre para charlar adecuadamente con ella, pero solo recibió un silencio ensordecedor, propio de uno de los maniquíes.


“No parece querer dialogar, lo mejor será que la deje en paz.”


Antes de retirarse del espacio de esta mujer, Galileo notó que, colgada de uno de los arboles del recinto, se encontraba una silla para un infante, en la cual, precisamente, había un niño. Esto inquietó de sobremanera a nuestro protagonista. Inmediatamente pensó en su hija, que lo espera fuera de este lugar. Pero no está en posición de interceder, está decidido en encontrar una salida.


Volviendo sobre sus pasos, ahora encuentra una gran estructura, obviamente invadida por las raíces del jardín. Esta vez, se trataba de un gran teatro, en el cual no podía distinguirse mucho por la ausencia de luz. Solo destacaba una pequeña silla y un anciano en el centro del escenario, iluminados por un pequeño haz de luz proveniente de ve tú a saber donde. Al acercarse a aquel hombre y preguntar por Edgar, éste le responde muy entusiasmado que no está ahí, que desearía a vuelva a verlo pronto, ya que él lo recató del triste ancianato donde se encontraba, proclamando ser su mayor fan. Al fijarse bien en Galileo, éste último llama su atención y lo invita a ver su show.


“Tú tampoco estás nada mal, he de decir. ¿Vienes a ver al gran SIR URIÓN actuar para ti, cariño?”


Galileo rechaza educadamente la propuesta de Sir Urión, ya que busca la forma de salir del jardín, a lo que procede a preguntarle si de casualidad este showman posee una de las piezas de madera. El hombre aceptó entregarle la pieza con la única condición de ver su show, a lo que Galileo no tuvo otra opción más que aceptar, a pesar de que su paciencia y estabilidad se agotaban a cada segundo. El hombre comenzó con un show que parecía interminable, repitiendo una y otra vez los mismos trucos; impresionantes al principio, pero perdían su gracia después de verlos tanto tiempo. Nuestro protagonista pensó en irse y volver en cuanto el acto hubiera terminado, pero todo el recinto fue sellado y por más que intentara dialogar con el showman, éste estaba empecinado en seguir con sus trucos. Al buscar por el lugar, Galileo encontró lo que parecía ser una foto de Urión junto a su hija; los acompaña otra mujer, pero por motivos que no vale la pena menconar ahora, tiene el rostro tachado con una X roja.


“Mire, señor Urión. ¡Usted también tiene una hija! ¿No daría lo que fuera por estar a su lado? ¿Por verla sonreír? ¿Por cuidar de ella? ¡Alguien me espera! ¡Por favor entienda la desesperación de un padre que solo quiere volver a ver a su niña!”.


Al ver esto, el viejo se detuvo, y al arrancar la foto de sus manos, comenzó a llorar. Gritaba al cielo, reclamándole a Edgar cuánto tiempo más a de esperar que éste cumpla su deseo. La cólera del viejo hizo que todo el lugar se estremeciera. Galileo buscó la forma de calmarlo, y con la ayuda de un libro de hipnotismo y algunas cosas que encontró en el lugar, logró calmar y adormecer a Urión. Con esto pudo tomar la pieza del globo y salir de ahí. No sin antes escuchar un leve murmullo del viejo, en su fantasía creñia que su hija, “Mile”, había vuelto a su lado.


A pesar del remordimiento que sentía por dejar a aquel hombre en ese estado, la misión de nuestro protagonista era encontrar una salida de aquel sitio, y en su huida se topa con alguien más. Un joven que no aparentaba sobrepasar los 30’s. La interacción con este individuo no fue tan amena como los últimos encuentros. Con cada petición de ayuda, el hombre pedía algo a cambio, y sin nada qué ofrecer, Galileo opta por seguir adelante.


Dirigiéndose en dirección norte, Galileo encuentra una gran casa, con dos pisos, y un hombre bien portado en ella. Inmediatamente lo confunde con Edgar, dadas las notables diferencias que tenía con el resto de habitantes del Jardín, pero éste, sin ofenderse, lo corrige diciendo que es el pequeño y desgraciado Graeme. Aclarado el malentendido, empieza a contar, sin dar muchos detalles, que perdió todo lo que le importaba en la vida y que todos en este jardín, como Galileo ya suponía, son humanos a medias, personas rotas que, a su manera, aún se aferraban a la vida.


Luego de una pequeña charla, Galileo nota que Graeme no es como los demás residentes. No idolatra a Edgar, ni lo tiene como un salvador. Todo lo contrario, lo culpa por darle falsas esperanzas y retenerlo en este nuevo infierno. Con respecto a su pieza, no tiene reparo en entregársela a Galileo, solo le pide que compartan una copa, y le encomienda ir por una botella de Brandy que está en posesión de “Heat”.


El militar, ahora más comprensivo, se disculpó por su anterior comportamiento y le entregó sin ningún problema la botella de Brandy a Galileo. Cuando éste se dirigía a la entrada de la gran casa, vio algo que lo dejó petrificado. Todas las personas con las que se había topado antes se encontraban ahí. Las pareces cubiertas con sangre escribían mensajes como ¡Cerdo mentiroso! ¡Edgar miente! ¡Falso mesías! ¡Abusador! El hombre con el que había hablado hacía un momento se encontraba desaparecido y esta escena era cuanto menos sospechosa.


Alessandra tomó las riendas de la situación y les indicó a todos que salieran del lugar. El hombre tosco con el que Galileo se topó antes de llegar con Graeme se acercó y le pidió al protagonista reunirse en el lugar donde se habían conocido. Ya en el lugar, el hombre se presenta como Daren, un prestidigitador de oficio, que aparentemente no se lleva bien con Urión, ya que este último lo considera un simple ladrón, una deshonra para el gremio. El favor que quería pedirle era distraer a Alessandra para arrebatarle las llaves de la casa de Graeme y poder entrar allí.


Una vez ejecutado el plan, Daren entra en casa de Graeme. Galileo le pide la pieza del globo como pago por su cooperación, pero el hombre se niega, alegando que éste nunca dijo que esta sería su recompensa, y advirtiéndole que midiera sus palabras, ya que era mejor que lo tuviera como aliado. En recompensa por ayudarle con su treta, Daren le entrega un viejo encendedor y le informa que ha dejado abierta la puerta de la casa de Graeme, por si quiere ir a buscar algo de su interés.


Ya en la casa, iluminando su camino con el encendedor, Galileo procede a subir al segundo piso, donde le había indicado Graeme que estaba la pieza del globo. Pudo encontrar allí un escritorio y un maniquí a su lado. Tomó la pieza y bebió un trago de brandy en nombre del desaparecido dueño.


“Brindo por ti, Graeme. Por ser la única persona cuerda en este lugar abandonado, lleno de gente abandonada, seguidores de un fanfarrón.”


Dejó la botella en el escritorio y se preparaba para irse, pero, para su sorpresa, al voltearse, se sorprendió de ver al maniquí con la botella en la mano. Inmediatamente salió del lugar y decidió ir en busca de “Heat”. Quizá, ahora que está en sus cabales, podría darle información de la salida, o de Edgar.


Charlando un poco con el militar, se entera de que éste nunca ha visto a Edgar. Fue convocado a través de una carta y desde que llegó, no ha podido presentarse adecuadamente; cosa que no le molesta, puesto que aún así, tiene asegurada sus tres comidas al día y aquí no tratan de matarlo por las cosas que hizo en el pasado. Edgar también le entregó las chapas de sus compañeros caídos, regalo que conservaba con mucho cariño, hasta que la pequeña Lily las escondió en forma de juego. Como condición para darle su pieza del globo, le solicita a Galileo que reúna estas chapas y las traiga devuelta. Para ayudarlo con esta tarea, le entregó un pergamino en blanco. Era la única pista que le dejó Lily al viejo militar.


Para ayudarse a resolver este enigma, Galileo va a la zona de la niña, quizá ahí pudiera la forma de descifrar el acertijo. Allí encuentra un libro sobre su cama con una página marcada que decía lo siguiente:


“Justamente cuando le alcanzaba el pergamino y usted se disponía a inspeccionarlo, apareció Lobo, mi terranova, y le saltó a los hombros. Usted lo acarició y lo mantuvo a distancia con la mano izquierda, mientras la derecha, que sostenía el pergamino, colgaba entre sus rodillas muy cerca del fuego. En un momento dado pensé que las llamas iban a alcanzarlo, y me disponía a prevenírselo, pero antes de que pudiera hablar retiró usted el pergamino y se absorbió en su examen”. -Edgar Allan Poe.


Inspirado en esto, acercó levemente la llama del encendedor que poseía y poco a poco se fueron revelando las ubicaciones de las chapas dispersas por el jardín. Una vez tenía todas en sus manos, fue a cumplir con el encargo y “Heat”, muy amablemente, le cedió la pieza de madera que poseía. Durante esta búsqueda de chapas, aprovechó para encontrar a la niña, la cual agradeció a su “Tío Galileo” por jugar con ella, le da la bienvenida a esta gran familia y, como prometió, le entrega su pieza. Ahora solo restaban dos más. La de Daren, y la hermosa, pero silenciosa mujer.


Por mera casualidad, Daren necesitaba de nuevo la ayuda de nuestro protagonista, y esta vez prometió entregar la pieza que poseía por su cooperación. Le envía a entregarle un dije con forma de girasol, precisamente, a la mujer silenciosa, que nos revela su nombre, Aurora. Galileo aún algo escéptico en confiar en la palabra de aquel hombre, piensa que es su única opción para obtener la pieza y se dirige a la zona de la chica.


Al darle el dije y el mensaje de aquel hombre, la joven se levanta y con ilusión en los ojos, responde a Galileo:


“¿En serio? ¿Esto es para mí? Qué dulce… ¡Qué gran detalle! ¡Por favor, dígale que venga pronto, que me gustaría hablar con él!”


Antes de retirarse, la mujer le encarga a Galileo, buscar un perfume para recibir en toda regla al caballero que le envió el regalo, así que lo envía en busca de algunas plantas de valeriana ocultas en el último rincón del jardín y destilarlas en el alambique que poseía Graeme en su casa.


Al entregarle el vial con el perfume a Aurora, sostienen una pequeña conversación, en donde le da a entender a Galileo que ella también fue arrastrada en contra de su voluntad, pero que con el tiempo se irá adaptando a su estadía aquí. Luego de inquietar con esto al protagonista, este parte a informar a Daren que su reunión con la joven está lista, y que ésta está muy emocionada por verlo.


Él hombre, aún nervioso, le solicita a Galileo que lo acompañe a su reunión. Solo así le entregará a la pieza. Al llegar, había una mesa con comida, un arreglo floral y estaba Aurora, con el dije puesto, esperando. Mientras conversaban, Galileo se entera de que estos dos ya se conocían. Daren era el padre del pequeño que estaba en la silla colgada de aquel árbol. Y también de que ambos abandonaron su país de origen. Pero, algo extraño sucedió. Mientras comía, Daren calló desplomado.


Aurora empezó a reclamarle al inconsciente hombre por haberla embarazado y abandonado. Tomó un cuchillo que había sobre la mesa y cortó las manos de Daren, recalcando que ahora no sentía dolor, pero cuando el efecto de la valeriana pasase, sentiría todo el sufrimiento que ella ha pasado todo este tiempo. Confiesa que odia al niño, que solo era un recuerdo de aquella tragedia, y viendo que este no dejaba de llorar, con un solo golpe, apuñala al pequeño en su poco desarrollado corazón.


La mujer voltea con Galileo, le agradece por haberla ayudado a librarse de su “maldición”, y luego de dar un discurso del significado de su nombre y lo que la llevó a cometer este acto, le lanza su pieza del globo, y con Daren agonizando en el suelo, Galileo toma la pieza restante y se dispuso a continuar por el nuevo camino que s abrió ante él desde la sala de aurora. En esta última sala pudo divisar muchas de sus pertenencias, fotos de su familia y la primera plana de un periódico que decía lo siguiente:


“Niña que padecía de tuberculosis fue milagrosamente curada, los médicos desconocen los motivos de este misterioso acontecimiento”


Finalmente, Galileo entendió el motivo de su estadía en el jardín. Él no estaba roto. Él era la moneda de cambio; Mientras asimilaba esto, Alessandra llega por la puerta principal y le indica que este lugar sería su nuevo hogar. Galileo le replica que esto no es un hogar. Es un infierno, y que quería volver con su hija. La mujer, con mucha tranquilidad le dice que está en libertad de hacerlo, pero si opta por esta opción, su hija volverá a enfermar de gravedad. Que debía comprender que los milagros del gran Edgar requieren de su devoción y culto. Galileo accede con la condición de que le aseguren de que su hija estará bien.


Alessandra accede y le promete que ella misma se encargará de que la palabra de Edgar sea cumplida, pero, antes que nada, le advierte que, desde su llegada, Galileo no ha hecho más que perturbar la paz del jardín, y que debe pagar por sus pecados. Aunque no esta orgulloso, nuestro protagonista accede y se despide de su hija:


“Ojalá, hija mía, haya paz en tu alma, vive una buena vida, ama, y busca el bienestar de los tuyos, no extrañes a papá, pues puedo decir que he dormido tranquilo sabiendo que, esté donde esté, mi niña está bien.”